Cuenta una leyenda que las primeras letras que fueron dibujadas por el hombre tenían la cualidad de encarnarse y conversar con los que las dibujaban para ayudarlos en su día a día. Desde aquellos tiempos fueron numerosos los hombres, y algunas mujeres, que intentaron volver a despertar el espíritu de las letras sin conseguirlo. Pero gracias a ese tesón y esfuerzo podemos contemplar, hasta extasiarnos: manuscritos iluminados de dorados del medievo; otros, sobre todo irlandeses donde la belleza transita por letras capitales frondosas en vegetación; poesías de Jayam cuidadosamente caligrafiadas y espolvoreadas en oro.
Y así, poco a poco, siglo tras siglo, el hombre ha conferido a las palabras un carácter mágico; les ha otorgado un lugar sagrado como en el antiguo Egipto y otras veces las ha considerado un reflejo de la divinidad, como en China.
En todos estos ejemplos, las palabras han manifestado belleza, pero también la personalidad de su autor. Nos han contado como era esa persona, si tenía o no estudios, si era impaciente, calmado, observador, soberbio, si tenía fuerza, gracia, originalidad, si nos podíamos fiar de sus palabras o por el contrario debíamos seguir nuestro camino sin mirar atrás.
El nombre de grafología fue acuñado en el siglo XIX por el abate Jean-Hyppolite Michon quien se inspiró en el griego para formar este sonido. En griego se pronuncia γραφολογία y su traducción al castellano es: tratado para el análisis de la escritura con el fin de descubrir rasgos de la personalidad.
Si quieres saber más de esos rasgos de personalidad que te acompañan, pronto te proponemos que nos sigas y te informes de los próximos seminarios y webinars que el CHFG tiene previsto realizar.