En la era digital, escribir no es una prioridad. Las tablets, los móviles y ordenadores con sus teclados sustituyen nuestra ejecución con simples pulsaciones. Cualquier neurólogo nos diría que si renunciamos a escribir a mano perderemos capacidad de memoria, capacidad lectora y fluidez en la consecución de ideas. Las investigaciones señalan que el cerebro se activa más cuando se escribe que al teclear. Al escribir involucramos las áreas visuales y motoras, las áreas relacionadas con la ortografía (hecho capital hoy en día a tenor del crecimiento imparable de faltas ortográficas) el sonido y el significado de las palabras.
Este último punto es clave para nuestro desarrollo. Está demostrado que quienes toman notas a mano tienen un aprendizaje más profundo de los conceptos que aquellos que simplemente teclean, para éstos el recuerdo es literal, es decir no se procesa la información, no se comprende.
Así que a mano procesamos la información de una forma mucho más activa que cuando usamos el teclado. Para que el cerebro aprenda hay que retarlo, ponerle al límite de lo que sabe y lo que no. Y de este modo va adquiriendo nuevos conocimientos de forma sólida. “Con la grafomotricidad, se desarrollan la discriminación auditiva y visual, la organización espacio-temporal, la correcta presión y prensión del instrumento de escritura y el dominio de la mano, entre otras habilidades”.
Pero además, la escritura nos permite acercarnos a nosotros mismos sin emoción, de una manera neutra y por tanto comprendernos mejor sin la carga de las emociones.